La cestería es un oficio artesanal milenario, incluso más antiguo que la cerámica y la textilería. En la Región del Biobío, sus raíces se conectan con prácticas culturales mapuches precolombinas, diversificándose en el tiempo hasta configurar en algunas localidades manifestaciones artesanales urbanas. Tal es el caso de la cestería de Hualqui, localidad ubicada 24 kilómetros al sureste de la ciudad de Concepción, donde desde hace al menos un siglo viene desarrollándose una producción artesanal de características singulares.
La cestería hualquina se distingue por la elaboración de objetos utilitarios y decorativos en fibras vegetales de coirón (Nassella chilensis) y chupón (Greigia sphacelata), tejidas en espiral por medio de la técnica ancestral de aduja. Las piezas -cestas de distintos tipos y tamaños, paneras e individuales de mesa, entre otros objetos- se diferencian a primera vista de otras tradiciones de la misma región por el uso de colores y la aplicación de calados en sus diseños.
Las cultoras de este oficio cuentan con un conocimiento acabado de todas las fases del ciclo productivo, proceso que incluye la recolección de la materia prima, la preparación de las fibras, el tejido de las piezas y su comercialización. Pese a que la memoria de las artesanas no supera las dos generaciones -esto es, madre y abuela-, ellas coinciden en señalar que desde siempre han sido las mujeres quienes se han dedicado a este arte y lo han transmitido por línea familiar. También expresan que hoy es cuando mayores obstáculos enfrenta su continuidad.
Las transformaciones ecológicas y políticas a las que se ha visto sometido el territorio en las últimas décadas han originado una serie de rupturas que -tal como viene ocurriendo con otras manifestaciones artesanales locales- han marcado el devenir del oficio. Entre estos factores se encuentran el colapso ecosistémico derivado de la instalación del modelo actual de producción forestal, que ha reducido los suelos agrícolas y el paisaje nativo, provocando una migración acelerada hacia espacios urbanos; la reorganización de los mercados en función de una administración cultural desconectada de los procesos locales; y la transformación en las lógicas de transmisión de los saberes vinculados al oficio.
En este nuevo escenario, las artesanas han desplegado diversas estrategias de adaptación que han permitido que el oficio sobreviva. Para abastecerse de materia prima, a menudo se ven obligadas a recorrer largas distancias hasta territorios como Santa Bárbara y la cordillera de Nahuelbuta, bajo permanentes tensiones con los propietarios de los predios privados donde las plantas crecen. La misma utilización de anilina -cuyos inconfundibles colores representan uno de los sellos de esta producción- correspondería a una innovación, introducida en respuesta a las demandas de los compradores.
Lo anterior bien puede ser leído como la puesta en práctica de mecanismos de resistencia cultural y económica en defensa de un oficio que, para quienes lo ejercen, constituye al mismo tiempo una fuente de identidad y una herramienta de subsistencia.
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